Para que NO Me Olvides - Lorenzo Santamaria


viernes, 22 de julio de 2011

PROTAGONISMO DE LOS LAICOS

Ovidio Pérez Morales



“Los signos de los tiempos muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos”.

Esta afirmación, repleta de importantes consecuencias para la vida y actividad de la Iglesia, está contenida en la Introducción del documento del Concilio Plenario de Venezuela sobre los laicos.

Para darse cuenta del peso de dicha afirmación valga recordar que los miembros de la Iglesia son todos laicos, con pocas excepciones, a saber, los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) y las personas que conforman el sector de la vida consagrada (comúnmente conocidos como religiosos y religiosas).



Tradicionalmente hasta los tiempos del Concilio Ecuménico Vaticano II, del laico se solía dar una definición por vía negativa, es decir, señalando lo que no era. Así entonces se tenía claro que el laico es aquel cristiano (católico), que no es ni sacerdote ni religioso (ni cura ni monje). Y en los manuales de teología de la Iglesia, al laico prácticamente ni se lo mencionaba, ya que la atención se polarizaba en los ministros ordenados y, concretamente, en los obispos y presbíteros (éstos últimos llamados ordinariamente “sacerdotes”). Todo esto correspondía a una concepción de Iglesia de larga data, que por vía de facilidad se denomina “preconciliar”.

Pues bien, a raíz de la renovación de la Iglesia y de la reflexión sistemática sobre la misma (eclesiología) la cosa ha venido cambiando. Y debe cambiar. De personaje marginado o de segundo orden, el laico progresivamente va ocupando un lugar importante –el que le corresponde- dentro de la Iglesia. La afirmación arriba citada es bien expresiva al respecto.

Una de las primerísimas manifestaciones del cambio es el modo de definir al laico en la actualidad. Ya no se procede por vía negativa, señalando lo que no es, sino positivamente, precisando lo que es. El Concilio Plenario de Venezuela en el No. 1 del documento arriba referido asume la definición hecha por el Vaticano II en las primeras líneas de su pieza clave, Constitución sobre la Iglesia : los laicos son “Los fieles que, en cuanto a su incorporación a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo

de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano, en la parte que a ellos corresponde. El carácter secular es propio y peculiar de los laicos”.

En futuros artículos pienso volver sobre este tema, dada su trascendencia. Por el momento queden las siguientes observaciones:

La definición comienza por destacar lo común a todos los fieles cristianos (los ministros ordenados y las personas de vida consagrada son también fieles). La raíz de la pertenencia al Pueblo de Dios es el sacramento del Bautismo. Pone de relieve la dignidad común: incorporación a Cristo, participando de su función profética-sacerdotal-regia. Expresa la corresponsabilidad de todos (ordenados, consagrados, laicos) en la misión de la Iglesia (la evangelización). La definición concluye con lo específico del laico: su condición secular (temporal, “mundana”).

No hay en la Iglesia, por tanto, un sector activo y otro pasivo. Al hablar del Pueblo de Dios, la primera mirada ha de dirigirse a lo común y luego a lo sectorial. Todos los fieles son corresponsables; en este marco se inscribe lo peculiar de los sectores, todos importantes. El insistir en lo común no minimiza el papel del ministerio ordenado, pero sí lo relativiza y funcionaliza. El laico emerge con su protagonismo, que toca no sólo al interior de la Iglesia sino, sobre todo por ser lo propio de él: lo secular o sea los ámbitos de lo socioeconómico, lo político y lo cultural, que tiene que manejar desde los valores humano-cristianos del Evangelio.

Para una protagonismo serio el laico requiere una seria formación.

Cortesía: Ivan Sanchez U




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