Es española y vive en Ciudad Juárez. Judith Torrea es una de las blogueras más leídas en habla hispana. Lleva 15 años escribiendo la desgracia de una ciudad golpeada por el narcotráfico. Este es su testimonio.
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Foto: Reuters |
Nueve de cada diez habitantes de la ciudad se sienten inseguros, según la última encuesta de percepción ciudadana presentada por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Soy periodista desde hace casi 15 años en Ciudad Juárez, el lugar más peligroso del mundo. Desde que empezó la llamada guerra contra el narcotráfico, más de 8.400 personas han sido asesinadas bajo el imperio de la impunidad, en una ciudad de 1,2 millones de habitantes, que tiene 116 mil casas abandonadas, más de 10 mil negocios cerrados, un territorio en el que los juarenses, cuando salen de sus casas para llevar a sus hijos al colegio, no saben si van a regresar vivos a sus casas. La ciudad se está quedando fuera del mapa, la violencia ha menguado el comercio, hay restaurantes y negocios vacíos. Tomar un simple café puede ser muy peligroso, allí el paisaje de la muerte y de la vida tiene aire de cementerio. Como si no fuera suficiente, las autoridades de México ahora culpan a los periodistas por vender esta imagen, por informar todo cuanto ocurre allí, es un despropósito. No nos hemos inventado nada, las estadísticas están ahí, los crímenes se suceden y ahora resulta que nos culpan del éxodo empresarial, de que el turismo esté arruinado, de que nadie quiera pisar esas tierras.
Es ridículo, como si el asunto fuera de percepciones y no de realidades. Y la realidad la veo todos los días, gente muerta, secuestrada y torturada bajo el imperio de la impunidad y encima se le marca: si te asesinan es porque eres ‘narco’. Eso no es así. Y como eras supuestamente un ‘narco’, esa muerte no se investiga. Según datos de la Fiscalía, del 97% de los crímenes no hay responsables probados o condenas expresas. Las autoridades no pueden seguir negando lo evidente. En México la maldita desigualdad social, la discriminación y el racismo han venido pudriendo a destiempos la vida. ¿Cuándo se me llenará la copa? ¿Hasta cuándo seguiré como reportera en Ciudad Juárez, alimentando mi blog, narrando tanta sangre vista? No sé. Nunca pienso en el futuro, desde que vivo allá pienso que la vida es un instante fantástico que se puede ir en cualquier momento. Vea usted que aunque me he querido ir —y me he ido—, he regresado. Ahora estoy intentando comprarme una casa porque es mucho más barato. Quiero crear blogueros, crear más voces, quiero enseñarles principios éticos para que ellos cuenten sus propias historias. Pero voy muy rápido.
Primero debo contar por qué me interesé por el periodismo. Yo me crié en Ilarregui, un pueblo de 14 casas y 57 habitantes en las montañas del norte de Navarra. Soy vasca. Allá, quién sabe Dios cómo, llegaba el Diario de Navarra. Recuerdo de seis años ver a mi abuela pasando horas leyéndole a mi abuelito el periódico. Él había quedado ciego en la Guerra Civil. Le pegaron un balazo que le atravesó los ojos. Él me decía, cuando le preguntaba, que no tenía. Ellos se conocieron cuando mi abuelo llegó a la clínica para curarse de sus heridas de guerra. Y así tuvieron seis hijos. Para mi abuelo no había reto imposible. En la guerra no sabía para quién luchaba, le tocó Franco y allá aprendió el castellano porque sólo hablaba euskera. Yo no lo aprendí porque nací en la dictadura y para protegerme mi madre no me lo enseñó. Mi abuelo era la mejor persona del mundo para mí. Vuelvo al relato. Cuando aprendí a leer, él me pidió que le leyera el diario, así duramos mucho tiempo, las jornadas tardaban horas. Él me pedía que le leyera artículos de la sección de deportes y de política internacional. Yo le preguntaba por las guerras, por qué había ido a esa guerra a matar, porque a eso se reducen todas las guerras. Él me decía que había perdido los ojos por salvar a alguien del otro bando.
En fin, pasaron los años y gracias a mi abuelo empecé a conocer otros universos, en ese ejercicio de leerle a diario me entusiasmé con el periodismo y a los 19 años terminé trabajando en el Diario de Navarra, el que durante años le leí al abuelo. Entonces estudiaba en la Universidad de Navarra. Mi abuelito aún vivía y un día fui a casa a leerle mi primer artículo. Tenía 19 años. Era sobre algo de la ópera en un pueblo. Él sonrió y al final me dijo: “Muy bien, acuérdate de que el periodismo es para contar las historias que se tienen que contar y para devolverles la voz a quienes se las arrebatan”.
Cuando terminé la universidad me gané una beca de Estudios Latinoamericanos en Bordeaux, pero la beca era horrible porque no te daban casi dinero para vivir. Pasé hambre allá. Los estudiantes pobres íbamos a pedir comida todos los jueves y nos daban arroz o fríjoles. Igual fue una experiencia increíble. Luego me fui a París a Radio Francia Internacional, y a Bruselas a cubrir la Unión Europea. Aparento menos años de los que tengo. Finalmente llegué a Euronews, en Lyon. Me llamaban ‘La petite’. No sé por qué, pero algo me empujaba a conocer Latinoamérica. Hablé con mi editora, ella me dijo que me fuera seis meses a Estados Unidos. Me propuso Washington, le dije que no. “¿Nueva York?”, tampoco. Luego me dijo: “¿Y Austin, Texas?”. Acepté. Estaba muy cerca de México.
Austin era una ciudad universitaria, llena de hippies; ahora ha cambiado. Mi primer día me monté a un bus en el que sólo iban los veteranos de guerra de quien ya nadie se ocupa, los locos de cada pueblo y los inmigrantes. Tuve miedo. Además, no hablaba inglés. Recuerdo que se montó una mexicana, qué lección de vida, era ciega y su hija de unos 12 años era su guía. Después de verla me llené de arrestos y resumí para mí: “Judith, no puedes tener miedo”. Es el destino, me dije, si tú quieres algo, se cumple. De repente en el periódico, el Texas Observer, se organizó un viaje a El Paso. Fueron 12 horas de carretera. No me quedé y, en cambio, seguí de largo hasta Ciudad Juárez. Una vez crucé el puente fronterizo, todo cambió para mí. Vi niños pidiendo, droga, prostitutas y, muy a pesar de todo, probé pan dulce en una tienda, me puse a hablar con la gente, fui feliz. Me fui a la iglesia. Desde que había cruzado el charco me sentí bien por primera vez. Fue en 1997. Mi editor me dijo después que estaban desapareciendo mujeres en Juárez. “Te vamos a mandar por una semana”, me dijo. Volví. Allá me quedé un mes haciendo la nota. A los cinco meses debía regresar a Francia, pero decidí quedarme. EFE me ofreció ser su corresponsal y allá me quedé. Ciudad Juárez me dio identidad.
En esas andaba cuando me ofrecieron un puesto como redactora senior en People, en Nueva York. Me fui por cosas de la vida. Estuve dos años allá. Nunca he visto tanta rigurosidad en medio alguno. Cada palabra en People es corroborada. Como tenía seis semanas de vacaciones iba a Ciudad Juárez para reencontrarme con mi gente. Desde ese mundo superficial de People seguía a distancia lo que pasaba en Juárez. Mis amigos me escribían que regresara. Poco a poco recibía mensajes de fuentes o conocidos que salían de Juárez huyendo de la violencia, o me enteraba de crímenes de tanta gente que traté. Y leía lo que se publicaba en la prensa, tantas mentiras.
Cuando estaba en Nueva York cubriendo esas fiestas épicas del jet set y veía la cocaína circulando, sólo recordaba Ciudad Juárez. En esos lugares empecé a ver sangre, rostros y muertos cuando se paseaba la cocaína. Me preguntaba: ¿Cuántos muertos de Ciudad Juárez, de la ciudad que me dio una identidad, que me hizo sentirme de un lugar, que me enseñó a vivir, cuántos muertos son necesarios para que esta droga pueda esnifarse acá, cuántos? Yo tenía que ir a cubrir esas fiestas glamorosas y a mí me preparaban y maquillaban porque estaba representando a People, era como una telenovela. Y yo acababa de llegar de Ciudad Juárez, de ver a mis amigos que habían sido asesinados, mis fuentes desaparecidas. Y justo veía a la gente consumiendo cocaína como si nada y pensaba: “Esto no puede ser”. En mi vida la única pasión que tengo es la de ser periodista y mi obligación, como decía mi abuelo, es intentar devolverles la voz a quienes se la arrebaten. Cuando eso ocurre y ves que no se están contando las historias como se deben de contar, y te percatas de que si no cuentas esas historias te vuelves cómplice de genocidios y masacres, empiezas a sentir un dolor a la distancia.
¿Que por qué asumí el cargo en People? Me ofrecieron ir a contar historias de interés humano. Pensé que entre los artículos sobre el mundo del glamour se podrían colar otra clase de historias, las mías, pero llegó la crisis económica y empezaron a quitar páginas, las primeras fueron las de mi sección de interés humano, y me pusieron a cubrir espectáculos. No estaba mal, a mí me encanta la cultura, el cine, Broadway; a la ópera iba cuatro veces a la semana, pero no era mi sitio. Ciudad Juárez me empezó a doler. Es diferente si estás casada o tienes hijos, que no es mi caso. Yo tomo las decisiones por mis ambiciones periodísticas y el único temor de mi vida ha sido no hacer lo que siento que debo hacer. Si no hubiera vivido en ese mundo de People quizá no habría regresado a Ciudad Juárez. Me daba cuenta de la sangre corriendo, de la violencia desbordada, de que lo que decía el presidente Calderón eran puras mentiras, que allá el peligro era ni más ni menos que estar vivo, que los únicos que estaban a salvo eran los muertos, que la vida empezaba en los cementerios, que encima la gente se estaba acostumbrando a vivir entre cadáveres. Vi ahí más que nunca la hipocresía de la guerra, que toda la droga que venía de Colombia y llenaba de crímenes a México al cruzar la frontera y viajar como un fantasma hacia Nueva York o donde sea, costaba gentes por doquier. En España, que es el tercer país consumidor de cocaína, el primero en Europa, la gente no se muere por consumir drogas, o al menos no la gran mayoría. En cambio en Ciudad Juárez la gente se va yendo en medio de esa lucha fratricida de carteles y mafias. Es una guerra hipócrita.
Tenía que volver y volví en 2009. Pero nadie me ofrecía trabajo. Dos días antes, en Brooklyn, una amiga mexicana me dijo: “Si los editores del mundo no quieren tus historias, tú no los necesitas, abre un blog”. Así empecé este ejercicio. No tengo recursos del blog, tampoco lo he intentado. Sobrevivo siendo periodista freelance y productora. Después de ganar el Ortega y Gasset el año pasado me quisieron comprar el blog, pero antes nadie lo quiso, y quise mantener ese espíritu. Ahora veo al regresar que este país está completamente desunido, nadie parece sentirse español, unos catalanes, otros gallegos, los vascos, y así. Este país va fatal, su economía está fatal, y regreso y todos no hablan más que de Eta, como si fuera lo único importante, y todo ello con fines electorales, mientras hay 4,5 millones de parados, qué horror.
¿Que cuántas personas cercanas a mí han fallecido en Ciudad Juárez? No las cuento porque me duele mucho. Pero ahí están, es sólo repasar mis primeros artículos sobre Ciudad Juárez hace 15 años. Es una reflexión muy dura, te das cuenta de que varios de los protagonistas de esos artículos han sido asesinados. Gente increíble. A Sergio Dante, un gran amigo, le dije alguna vez: “Sergio, te van a matar, ¿por qué sigues?”. Me contestó: “Porque soy abogado, por eso”. Lo mataron. Tenía dos niños pequeños. Tantas personas, tanta sangre vista, es un conteo inútil. Para mí es muy duro ver a niños enterrando a niños. Soy muy cuidadosa cuando ejerzo el periodismo: el político que se sienta fatal con mis preguntas, pero esas pobres madres o viudas adoloridas…
Recuerdo una ocasión en que cubrí una masacre. Llegué a casa de Luz María de Piña y allí estaba con los cadáveres de sus dos pequeños hijos, José Luis y Marcos. Los ataúdes estaban en medio de la refrigeradora. Le pedí permiso para tomar una foto. Tenía que retratar eso. En esa misma calle, a esa misma hora, cuatro o cinco familias velaban los cuerpos de sus caídos en sus casas. Éstas eran muy pequeñas porque casi todos eran trabajadores de fábricas de maquilladoras. Sin decir nada Luz María se puso al lado de los ataúdes y tomé las fotos. Demasiado dolor. Mi instinto me decía que esos jóvenes masacrados nada tenían que ver con las drogas y encima el presidente Calderón hablando de ajustes de cuentas. Todo eso está en mi libro Juárez en la sombra: una ciudad que se resiste a morir.
Todo ello me impactó tanto, como me impactó ver a madres llevando a sus hijos a que vieran el circo de la muerte, que llevaban a los niños al escenario de los crímenes, como si eso fuera algo normal, como si no hubiera más que hacer. Apenas se escuchaba el tiroteo, algunas madres salían con sus niños a presenciar el espectáculo. Es la costumbre de la muerte, y los chicos van allá sin conciencia. ¿Que si me han amenazado? Sí, pero prefiero no hablar de ello. He recibido presiones, muchas. Mejor le cuento otra cosa: En Juárez no hay ningún cardiólogo, todos se fueron, la violencia los espantó. El doctor Valenzuela es el único que queda, atiende a personas que han sido heridas en las reyertas de las mafias y eso es peligroso porque puede venir gente de otro cartel y asesinarle por haberle salvado la vida al otro. Alguna vez me dijo: “En este hospital veo tantos niños naciendo día tras día. Tan indefensos se ven. Dime Judith, ¿qué es lo que hace que alguno de ellos se convierta en el mayor cirujano o el mayor sicario? ¿Qué estamos haciendo?”. En Juárez se mueven los carteles de Sinaloa, del Chapo Guzmán y de Juárez. La guerra parece no tener fin. Tantas víctimas, tantos niños huérfanos, más de 10 mil, y para qué.
Entre la muerte y el olvido
No exageran los que dicen que es una de las ciudades más violentas del mundo. Y es que a Ciudad Juárez, ser una frontera estratégica le ha costado años de miedo, desapariciones, muerte e impunidad.
La ciudad, puerta clave desde México hacia Estados Unidos para el tráfico de drogas, de personas y de toda clase de mercado ilegal, se ha convertido en las últimas décadas en el escenario de la guerra más cruenta entre carteles en la historia del país.
Por si fuera poco, en la lucha que han emprendido los gobernantes de turno se introdujeron el abuso de las fuerzas oficiales y la corrupción. Secuestros, torturas y extorsiones siguen siendo el paisaje común de la ciudad.
Hoy no sólo miles de juarenses, sino también periodistas, investigadores, policías, abogados... se suman a la gran lista de víctimas que han tenido que pagar con su vida el hecho de haber estado en la puerta más oscura que une a Latinoamérica con Estados Unidos en el peor momento de su historia.
La española de Ciudad Juárez
A Ciudad Juárez llegó por primera vez en 1997, siguiendo el rastro del dolor de una ciudad destrozada por la guerra. Llegó y tuvo que volver como corresponsal de la agencia EFE para contar una realidad que a pocos medios les interesaba. Aprendió a ser periodista de la mano de su abuelo en Navarra, España, y antes de llegar a México estuvo en Radio Francia Internacional, trabajó como reportera del Capitolio en Texas y fue redactora de la revista People en Nueva York, entre otros.
Hoy Judith Torrea, como lo confirma en su blog Ciudad Juárez en la Sombra del Narcotráfico, es especialista en “narcotráfico, crimen organizado, pena de muerte, inmigración y política en la frontera de México con EE.UU”. Su trabajo ha sido publicado en medios como The Texas Observer, Etiqueta Negra, El País, EFE y Le Monde Diplomatique. Con su blog, en el que hace un recorrido por los últimos 15 años de Ciudad Juárez, ganó en 2010 el Premio Ortega y Gasset de periodismo digital.
FUENTE: Judith Torrea / Versión: Juan David Laverde
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