Para que NO Me Olvides - Lorenzo Santamaria


martes, 7 de junio de 2011

Los asesinatos del baúl

Los crímenes

Uno de los baúles que guardaba en su interior cuerpos despedazados de mujeres.

En la década de los años treinta del siglo pasado, una serie de crímenes, conocidos como los asesinatos del baúl, azotó Inglaterra. Cuerpos despedazados de mujeres aparecieron embutidos en el interior de varios baúles. Uno de los cadáveres fue descubierto en 1927 en la estación de tren londinense de Charing Cross, y dos más en 1934, uno en la estación de King’s Cross, también en la capital, y otro en la de Brighton.

Esta localidad costera, conocida por ser un lugar de citas amorosas clandestinas de fin de semana, se ganó el sobrenombre de la reina de los mataderos, convirtiéndose así en la capital del crimen de Inglaterra.

El primer asesinato del baúl

El 10 de mayo de 1927, empleados de la estación de tren de Charing Cross de Londres se percataron de un olor desagradable que provenía de la consigna. Allí se halló el cadáver descuartizado de una mujer.

Se convocó a sir Bernard Spilsbury, el eminente patólogo de la policía que había colaborado en el caso del Dr. Crippen en 1910, para que se encargase de la autopsia del cadáver en el depósito de Westminster. Se encontró ante un cuerpo desmembrado al que le habían seccionado las piernas a la altura de las caderas, y los brazos a la de los hombros. Cada pieza estaba envuelta en papel de embalar y atada con cuerdas. Los zapatos y el bolso de la mujer se encontraban también en el baúl. El crimen se había cometido dos o tres semanas antes.

Una etiqueta en las ropas de la mujer condujo a la policía hasta una tal señora Holt, en el distrito londinense de South Kensington. Holt identificó el cuerpo como el de la señora Rolls, a la que había tenido empleada como cocinera. El verdadero nombre de Rolls era Minnie Bonati, y había abandonado a su marido y a su hija adoptiva para ejercer la prostitución.

La investigación policial llevó a los detectives hasta Rochester Row, en Westminster, donde entrevistaron a un gran número de personas. El individuo que más sospechas suscitó fue un tal John Robinson, que subarrendaba dos habitaciones en el número 86 de esa calle bajo el nombre de Edwards & Co., una agencia inmobiliaria. Robinson había abandonado el edificio en torno al 9 de mayo tras comunicar a su casero que no podía pagar la renta.

El 21 de mayo, el inspector jefe George Cornish, advirtió una etiqueta con la palabra “Greyhound” cosida en una bayeta hallada en el baúl. La esposa de John Robinson trabajaba en el hotel Greyhound, en el barrio de Hammersmith. De nuevo en Rochester Row, la policía encontró una cerilla manchada de sangre. Se condujo a Robinson a Scotland Yard para someterlo a interrogatorio.

Robinson confesó haber recogido a una mujer en la estación londinense de Victoria y haberla llevado a su habitación. Dijo que ella le había pedido dinero y que, cuando se negó a dárselo, la mujer se abalanzó sobre él; de modo que se la quitó de encima de un golpe y ella cayó golpeándose la cabeza con una silla. Creyéndola tan solo inconsciente, Robinson regresó a su oficina de Kennington. Al día siguiente, encontró muerta a la mujer y decidió deshacerse del cadáver despedazándolo y metiéndolo en un baúl. El 23 de mayo, se le imputó a Robinson el asesinato.

El segundo asesinato del baúl

Siete años después, el 17 de junio de 1934, el encargado de consigna de la compañía ferroviaria Southern Railway, William Joseph Vinnicombe, halló los restos de una mujer en el interior de un baúl en la estación de Brighton. Le había llamado la atención un olor nauseabundo en la consigna de la estación y descubrió que provenía de un arca cerrado. Se convocó al detective Bishop, de la policía ferroviaria, que procedió a abrir el baúl. Se hallaron varias capas de papel y algodón empapadas de sangre y un paquete atado con cuerdas que contenía unos brazos amputados y un torso. Al día siguiente, se descubrió una maleta que contenía las piernas de la mujer en la estación de tren de King’s Cross.

Al realizar la autopsia, el 19 de junio de 1934, sir Bernard Spilsbury estableció que la mujer, de 25 años de edad, estaba encinta, y que le habían propinado un golpe contundente en la cabeza con un objeto romo. La única pista era un pedazo de papel en el que habían escrito la palabra “Ford”.

Los hallazgos habían horrorizado al país. La policía de Brighton recurrió a Scotland Yard para que llevase a cabo una gran operación por todo el territorio nacional. Se estudiaron los casos de 700 mujeres desaparecidas y los agentes peinaron los hospitales y los centros abortivos conocidos. Por primera vez, la policía hizo un llamamiento directo a la sociedad para pedir ayuda e información a través de la prensa, un hecho sin precedentes.

Al cabo de un mes de investigación con escasos resultados, la policía se concentró en registrar casa por casa y, el 15 de julio, dieron con una habitación cerrada que contenía un baúl en el 52 de la calle Kemp, en Brighton. En el interior del baúl había otro cadáver de mujer en descomposición.

Violet Kaye, de 42 años, se había trasladado de Londres a Brighton con su amante, Tony Mancini, en septiembre de 1933. Su verdadero nombre era Violet Saunders y era una conocida prostituta que también fue bailarina ambulante en espectáculos de revista.

Se trataba de una bebedora compulsiva, insegura de su relación con un hombre mucho más joven que ella, al que le había reprochado que flirtease con las camareras del Skylark Café, donde trabajaba. Pocos días después de haber mantenido una discusión, Mancini le dijo a su compañero de trabajo que Violet lo había abandonado y se había marchado a París.
FUENTE: Crimenes e Investigaciones

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