UNA FAMILIA numerosa comparte la cena y la conversación al estilo tradicional, que ha ido desapareciencdo con el paso de los años y los cambios sociales.
¿Se acuerdan de un popular dicho: “Donde comen dos, comen tres”? Funciona así: Si se cocinaba en casa de nuestros padres vecinos, o abuelos, no importaba cuantos llegaban, pero de una u otra forma alcanzaba la comida. Se echaba en la olla un poco más de arroz o de frijoles, o de repente, la carne se complementaba con el pedacito de pollo del día anterior. Un dicho muy hispanoamericano, se usaba en las épocas en las que cualquiera llegaba a casa a la hora de la cena, o del almuerzo, y todavía se usa en nuestros países en familias de todas las clases sociales.
Lo conversaba con una amiga cubana el otro día que llegó por casualidad un poco después de la hora del almuerzo, y mientras compartíamos un pollo guisado con arroz, decíamos que en estas épocas de crisis ya no hay esa vieja costumbre de una abundancia simbólica, o de compartir con el prójimo. Lo que se sale del plan del día es un shock al bolsillo y la palabra que predomina en la mayoría de las familias es el tan calculado “presupuesto”. En Latinoamérica, en donde casi siempre hay crisis económica, se maneja un poco más “el día a día”. Hay un presupuesto exacto para hacer mercado, un presupuesto familiar anual, un presupuesto para las salidas a cenar fuera de casa, un presupuesto para los pequeños extras como el chocolate o la carne premium, un presupuesto para los impuestos, un presupuesto de la deuda que es permitida tener en casa, un presupuesto para hacer reuniones familiares y hasta un presupuesto fríamente calculado para tener niños. Con razón cada vez menos familias quieren tener hijos, de presupuesto en presupuesto quedan aterrorizadas. Un 20% de las mujeres en Estados Unidos no quieren hijos.
Claro está, el sistema en el que vivimos funciona con cifras exactas, y deudas exactas, y no coordinar sería irresponsable. Empezando por la casa y el auto. Si ganas tanto estás destinado a prestar por tanto y tendrás tanto. Es una fórmula matemática. Nadie se escapa del “presupuesto” porque es parte de la manera en la que el gobierno, regido por las grandes empresas, planifica nuestras vidas. Sin embargo, una obsesión excesiva por presupuestar limita momentos importantes en la vida de los seres humanos que deberían ser un poco más naturales.
Decía la doctora María Francisca Arbona en un artículo de esta semana que tener hijos, de acuerdo a números de los Estados Unidos, desde su nacimiento hasta los 17 años cuesta $222,360. Me pregunto si este número se presenta de una manera tan rígida en otros países del mundo: $1090, cada niño al mes. Sin tener en cuenta la universidad y teniendo en cuenta que el sistema de educación es público en los Estados Unidos. Y es que la realidad es que para el gobierno de Estados Unidos, bajo el Medicaid, cuesta millones asistir a madres o familias que no han presupuestado tener bebés y a las empresas privadas les cuesta un reemplazo para las madres que se van de maternidad. Es más, en este país no hay maternidad con paga obligatoria, es el único país desarrollado del mundo que no tiene beneficios para las madres. Eso, no está presupuestado.
Me decía un transeúnte en sus 80 y tantos: “el día a día funciona pero genera incertidumbre’’. Si hoy compro pescado, y mañana no. Igual, somos felices. Y donde comen dos, comen tres. Además, cada niño tiene su pan debajo del brazo.
Estos dichos de nuestros abuelos siempre tuvieron una sabiduría mística que funcionaba. ¿Será que algún día volverán a ser efectivos? Dicen que el efecto económico, hasta en temas de inversión, es sicológico. Imagínense en el tema de tener hijos cómo será.
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Fuente: elnuevoherald.com
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